Título: El silencio de las palabras
Autora: Jean Kwok
Publicación: Maeva (bolsillo), abril de 2013
Páginas: 313
Cuando la pequeña Ah-Kim, huérfana de padre, deja Hong Kong con once años para trasladarse a Nueva York con su madre, profesora de música, pasa a llamarse Kimberly. Es el primer esfuerzo por integrarse a una realidad completamente nueva, donde sus expectativas chocan totalmente con una vida que, en lugar de estar llena de satisfacciones, está llena de sacrificios.
Kim se da cuenta rápidamente de que la mejor manera de sobrevivir es llevar una doble vida: ser una estudiante excepcional en la escuela durante el día, y una trabajadora de una fábrica textil junto a su madre durante la noche. Kim se ve obligada a esconder su pobreza, a hacer ver que tiene una casa y una familia normales, y a esconder su amor por un chico de la fábrica que no comparte ninguna de sus ambiciones. Con su rudimentario inglés, aprenderá no sólo a interpretar constantemente un idioma ajeno, sino también a comprenderse a sí misma, siempre a caballo entre dos mundos que no se tocan. Como su madre no habla inglés tendrá que hacer también de traductora, y fingir ser más fuerte de lo que es.
Escrito con una voz inolvidable, esta novela describe las experiencias de un chica inmigrante que crece entre dos culturas, rodeada por una lengua y un mundo que sólo puede entender a medias.
Mi experiencia con la novela
Aunque El silencio de las palabras es una obra de ficción su autora, Jean Kwok, se ha inspirado en su propia experiencia para construirla. Su familia, como en la novela, emigró a Estados Unidos cuando ella tenía sólo cinco años. Llegaron sin nada y tuvieron que ponerse a trabajar en uno de los talleres textiles de Chinatown en condiciones muy precarias. Pese a todas las complicaciones Jean Kwok fue una excelente estudiante que gracias a sus diversos empleos pudo costearse sus estudios en la universidad de Harvard.
El que la autora haya pasado por situaciones muy similares a las que se describen dota a la historia de un gran realismo y de cierta cercanía. La calidez del relato y su sencillez me ha tenido pegada a la novela desde su comienzo hasta el fin.
“Nací con un don. No para algo entretenido, como el baile, la comedia, o ese tipo de cosas, no. Lo que siempre se me dio bien es estudiar. Aprendía con rapidez y sin apenas esfuerzo; como si el colegio fuera una enorme maquinaria y yo una pieza que encaja a la perfección en su engranaje. Con esto no quiero decir que siempre me hayan resultado sencillos los estudios. Casi no hablaba inglés cuando mi madre y yo llegamos a los Estados Unidos, por lo que, durante mucho tiempo, tuve que trabajar duro”
Así comienza Ah-Kim o Kimberly, nombre que adoptó en Estados Unidos, a contarnos su historia. Una niña china que con sólo once años emigra junto a su madre y termina viviendo en el condado de Brooklyn. Nació en Hong Kong y tras la muerte de su padre se vieron obligadas a abandonar su hogar. Consiguieron ayuda de la tía Paula, que casada con un chino americano y ya afincada en América, les abre las puertas de un país tan ajeno como extraño para ellas. Su tía les ha pagado el viaje, buscado piso y encontrado un trabajo en la propia fábrica textil que ella dirige, aunque lo que en principio pueden parecer unas condiciones ventajosas se convierte en un infierno para Kimberly y su madre. El apartamento es un lugar ruinoso e infecto, plagado de insectos y sin calefacción, y el trabajo tiene unas condiciones tan precarias que a duras penas les permitirá pagar su deuda.
En Hong Kong, Kimberly siempre ha sido una estudiante de honor pero al llegar a América se encuentra con otro método lectivo y un idioma que no conoce y casi ni entiende. Además es muy diferente al resto de los alumnos y tan sólo consigue entablar amistad con Annette a quien no puede contar su verdadera situación porque sabe que no lo entendería. La pequeña tendrá que esforzarse mucho y trabajar duro para encajar en su nuevo lugar de residencia mientras ayuda a su madre en el trabajo de la fábrica textil a la vez que descubre la amistad y el primer amor. Todo ello estableciendo dos mundos paralelos que nunca llegan a juntarse.
Una de las cosas que más me ha gustado es la construcción de los personajes y las relaciones que la autora establece entre ellos. Kimberly es un trabajadora nata, no le importa esforzarse al máximo a pesar de que en muchas ocasiones siente la tentación de claudicar ante las dificultades. Sus objetivos son muy claros, desea estudiar (y además tiene un don maravilloso para hacerlo) para en un futuro poder sacar a su madre del cochambroso y sucio piso en el que viven y evitar que trabaje en unas condiciones casi inhumanas que les permite vivir con menos de lo necesario. No quiere decir que no desee lo mismo que las muchachas de su edad pero es tan responsable que sabe que sólo se puede permitir soñar con ello.
Su madre era profesora de música en China y llegada a Estados Unidos se encuentra con la incapacidad de aprender el idioma, comunicarse con los demás y con ello cubrir todas las necesidades que van surgiendo. Será Kimberly quien tenga que dar la cara por las dos y solucionar ella misma los problemas. lo que en muchas ocasiones le lleva a falsificar firmas, mentir u ocultar ciertas circunstancias.
Madre e hija tienen una relación muy cercana y afectuosa, cada una de ellas solo puede contar con la otra. A pesar de ello Kimberly se ve desbordada por las situaciones nuevas y no tiene más remedio que mostrarse de una manera ante su madre y convertirse en otra persona distinta ante los demás. Su forma de actuar no tiene ninguna maldad simplemente desea proteger tanto a su madre como a ella misma.
Otros personajes que resaltan en la novela son la tía Paula, una mujer envidiosa y reconrosa que en una buena oposición social hará lo posible porque madre e hija no progresen y dependan siempre de ella. Annette es la única amiga que Kimberly ha logrado hacer o Matt, un joven que trabaja también en la empresa textil.
Jean Kwok nos narra esta historia con una cercanía y una calidez inusual. En primera persona con una prosa fluida, amena, directa, donde predomina la narración y con descripciones precisas y escuetas logra transmitirnos muchos sentimientos. La novela nos narra la infancia de la protagonista pero desde un punto de vista adulto, en retrospectiva, y lo hace sin caer en el dramatismo, con naturalidad.
Nos lleva hasta los escenarios en que transcurre la historia, Brooklyn y Chinatown principalmente, entre los años 70 y 80 mostrándonos las pésimas condiciones en que vivían y trabajaban los inmigrantes chinos así su incapacidad para integrarse en la sociedad.
Introduce elementos de la cultura china que suman un plus a la novela y que se contraponen y chocan con el punto de vista y el modo de vida occidental. Pero sin duda lo que más me ha llamado la atención en la novela, y que tiene una base común en muchos libros escritos por autores orientales, son sus ideologías, la forma de actuar con los demás, siempre tan correctos y respetuosos, la manera en que transmiten su cultura a los hijos, la sutileza con la que dicen unas cosas cuando quieren decir otras y el adivinar más allá de las palabras.
Pero esta no es sólo una historia de superación que se nos transmite el mensaje esperanzador de que cada uno es capaz de cambiar su propio destino con tesón y esfuerzo. También nos habla de las barreras sociales, del gran condicionante que supone la incomunicación ya sea voluntaria o involuntaria.
Conclusión
El silencio de las palabras es una novela cálida y agradable que nos cuenta una historia dura pero de que la podemos obtener un gran aprendizaje. A pesar de su final agridulce me ha dejado un buen sabor de boca.