Los primeros instantes del día se
desarrollaron de forma normal pero unas horas después un intenso dolor de
cabeza y unos extraños picores en los dedos le impiden continuar con su labor y
decide buscar ayuda sanitaria.
En el hospital los médicos no
aciertan a situar y nombrar su dolencia ya que las pruebas iniciales no reflejan
nada en concreto pero le provocan un coma terapéutico para facilitar sus
cuidados y controlar mejor sus reacciones. Un coma que debería haber durado un
par de días pero del cual no pudo despertar tras pasar este tiempo.
Así comenzó la pesadilla de Angéle,
encerrada en un cuerpo comatoso que no podía controlar pero consciente y lucida
fue capaz de escuchar e intuir todo lo que sucedía a su alrededor. Después de pasar por innumerables pruebas,
tratamientos dolorosos sin anestesia y un trato inhumano una lágrima evitó que
la desenchufaran del respirador que la mantenía con vida.
Gracias a su recuperación podemos
ser testigos de esta espeluznante historia.
Mi experiencia con la novela
“¿Dónde estoy?
Todo está negro. Estoy en la negrura. Una negrura
total, sin el menor matiz, sin el menor atisbo de luz. Una negrura aterradora o
tranquilizadora, no lo sé. Es igual que la de mi infancia, cuando me encerrada
en una armario para sentirme a salvo, al mismo tiempo que asustada…
Por más que fuerce la vista, no veo nada. Nada aparte
de este negro profundo. ¿Tengo los ojos abiertos o cerrados? Lo ignoro. ¿Qué ha
pasado? Lo ignoro igualmente. Lo único que sé es que no estoy sola: oigo a
alguien a mi lado.”
Así es como comienza este estremecedor relato que nos narra la experiencia
real de una mujer que aún estando en estado de coma fue consciente de todo lo
que sucedía a su alrededor. Mientras los médicos le daban prácticamente por
muerta su mente seguía llena de vida y con una lucidez sorprendente. Así pudo
escuchar las conversaciones que sucedían delante de ella, ser consciente de los
numerosos tratamientos a los que sometían su cuerpo y comprender que para los
médicos no era más que un cadáver.
Esta mujer es Angéle Lieby, que a sus cincuenta y siete años se encontraba
en plena forma. Vive en Alsacia, a las afueras de Estrasburgo (Francia), está
casada y tiene un hija y una nieta. Como cada mañana se levantó muy temprano
para acudir a su puesto de trabajo y nunca pudo imaginar que su vida iba a
pender de un hilo en los días siguientes.
Una persona como otra cualquiera, con una vida normal y tranquila. Que inmersa
en la rutina diaria nunca pensó que algo así pudiera ocurrirle.
Cuando el periodista Hervé de Chalendar conoció su dramática experiencia
conmovido publicó el relato e incluso ganó el premio Hachette con él. Ahora ha
colaborado con Angéle para publicar esta historia. El relato se nos narra de
forma directa, sencilla, viva, impregnado de sentimientos y emociones. Su
protagonista no escatima en detalles sobre el tormento vivido y lo hace con tal
cercanía que en muchas ocasiones podemos llegar a ponernos en su pellejo. Tanto lo que la protagonista va contando con
crudeza así como la fluidez con la que lo hace nos invita a leer una página
tras otra hasta.
Su experiencia se puede asimilar a un enterrado vivo. No podía moverse, hablar
ni abrir los ojos. No podía comunicarse para decir lo que sentía ni quejarse
por los dolores. No era consciente del lugar ni del momento del día salvo por
las situaciones que iba asimilando. Todo inmerso en la oscuridad.
En ella, la protagonista, no sólo pretende dar a conocer una experiencia
que no deja de ser un caso extraño para los médicos sino que pretende presentar
una denuncia contra el trato recibido como paciente. Durante los meses que
Angéle estuvo postrada en un cama la sometieron a un trato inhumano, casi
insensible y en ocasiones incluso vejatorio. Antes de expirar los médicos ya la
habían dado por muerta clínicamente. No se preocuparon de comprobar
exhaustivamente si sentía o no, si su cerebro aún podía tener actividad.
Las numerosas pruebas médicas le son practicadas de forma insensible y sin anestesia.
Dolores que recorrían su alma, insoportables, dolores que tenía que ahogar en
su interior porque no podía hablar y no tenía la capacidad de expresarse.
Médicos y enfermeras que la trataron como un simple objeto, que ni siquiera
cubrieron algunas de sus necesidades, que en ciertos momentos no trataron como
un ser humano sino como una tarea más.
Pero esta también resulta una historia de amor y la importancia de la
familia. Todo el tiempo que Angéle estuvo postrada en la cama su marido, Ray, nunca
desapareció de su lado y nunca perdió la esperanza de que volviera a la vida. Aunque no era muy hablador se
prodigó en cariños y atenciones. También estuvo a su lado durante su dura
recuperación, aportándole todos esos cuidados que los enfermeros no le
dedicaban.
Cuando estaban a punto de desconectarla, su hija observó una lágrima que
salía de uno de sus ojos y a pesar del pesimismo y la insistencia de los
médicos se negaron con ahincó y le dieron otra oportunidad de vivir.
Y Angéle no la desaprovechó porque sus ganas de vivir y su tesón hicieron
que su recuperación aunque pasando por algunos baches, fuera posible.
Actualmente su vida ha recuperado prácticamente la normalidad y después de un
tratamiento psicológico se encuentra mejor.
También es una reflexión sobre la propia vida. Ocurre a menudo que estamos
inmersos en una rutina diaria, nos quejamos de nuestras obligaciones y
quehaceres diarios y nunca nos planteamos lo valioso que es el tiempo hasta que
un contratiempo nos lo recuerda. No disfrutamos lo suficiente las pequeñas
alegrías cotidianas y no nos damos cuenta que es imposible recuperar el tiempo
pasado.
Conclusión
Me salvó una lágrima es un testimonio duro, desgarrador y conmovedor pero
también es una historia de amor incondicional y de superación. De la importancia
que tiene el creer en uno mismo pero también la de contar con tus seres queridos. Un canto a
la vida que apuesta y proclama la defensa del ser humano.