Título: La carretera
Autor: Cormac McCarthy
Publicación: Mondadori, junio de 2007
Páginas: 210
Una demoledora fábula sobre el
futuro del ser humano, destinada a convertirse en la obra maestra del autor.
La carretera, novela galardonada con el premio Pulitzer 2007 y best seller literario del año en
Estados Unidos, transcurre en la inmensidad del territorio norteamericano, un
paisaje literalmente quemado por lo que parece haber sido un reciente
holocausto nuclear. Un padre trata de salvar a su hijo emprendiendo un viaje
con él. Rodeados de un paisaje baldío, amenazados por bandas de caníbales,
empujando un carrito de la compra donde guardan sus escasas pertenencias,
recorren los lugares donde el padre pasó una infancia recordada a veces en
forma de breves bocetos del paraíso perdido, y avanzan hacia el sur, hacia el
mar, huyendo de un frío «capaz de romper las rocas».
Mi experiencia con la novela
Algo de
cierto debe tener la frase «Cuando el rio suena, agua lleva» porque no son
pocas las veces que he escuchado hablar maravillas sobre el estadounidense
Cormac McCarthy, considerado uno de los mejores novelistas contemporáneos y
elevado al nivel de escritores de la talla Faulker y Hemingway.
La carretera, su décima obra
galardonada en 2007 con el premio Pulitzer y convertida en un best seller internacional,
es una novela inquietante e impactante de la que llama la atención la crudeza y
desesperanza sobre la que el autor construye un mundo aterrador en el que la
vida se confunde con la muerte, separadas apenas por un hilo invisible.
La
historia nos sitúa en un paisaje adusto, desolador. La tierra ha sido
prácticamente arrasada, el fuego ha teñido por completo su superficie de un
color grisáceo. Las cenizas presentes en cada rincón conforman una vista de
tristeza y aridez, la vegetación carbonizada supone apenas un ornamento inerte y
la luz del sol se esconde bajo un manto de contaminación haciendo que un
intenso frío inunde cada rincón. La vida prácticamente ha desaparecido, la
comida y el agua escasean, no hay refugio seguro y los pocos hombres que han
sobrevivido a la hecatombe se han convertido en un peligro extremo.
En este
nuevo mundo, un padre y su hijo recorren una carretera norteamericana en
dirección sur intentando acceder a la costa, donde quizás las cosas estén
mejor. Quizás allí encuentren calor, alimentos, incluso gente parecida a ellos.
Sus pertenencias caben en un carrito de supermercado y tienen muy presente que
deben protegerlas. El hambre, el frío y los grupos caníbales que han surgido
como consecuencia de la falta de alimento les acechan en cada rincón. Sin
embargo, en esta lucha diaria, se tienen el uno al otro y la esperanza de
encontrar un futuro menos abominable.
Sólo son
dos los personajes anónimos que recorren esta novela. Un padre y su hijo de
nueve años, cuyos nombres no llegaremos a conocer, y cuya relación marca sin
duda el eje central de la novela. La existencia de cada personaje se cimenta en
el otro. El hombre sólo se ve anclado al mundo por la existencia de su hijo,
por garantizar su supervivencia obligado a ser egoísta, a desconfiar, a
emprender ciertas acciones para conseguir su objetivo en contraste con la aún,
y a pesar de todo, inocencia, candidez y compasión del niño que aún conserva
intacta la generosidad y el amor al prójimo. El suicidio se plantea como una de
las pocas posibilidades viables y una única bala espera en el cañón del
revólver. Ambos intentan encontrar sentido para seguir viviendo a pesar de que
ya no que queda nada ¿es viable la vida en esas condiciones? ¿Tiene sentido
seguir luchando hasta la extenuación cuando ya no hay recompensa?
Otro de
los principales temas que plantea la novela es la naturaleza del ser humano en condiciones
extremas. Hasta donde podemos llegar siguiendo nuestro instinto de supervivencia,
que actos son los permitidos y cuáles no en una situación de alerta máxima,
donde está el límite que uno nunca debe franquear para defenderse y luchar. En
la novela se nos proyecta de dos formas antagónicas. El pesimismo del padre que
desconfía de todo el mundo y que incluso está dispuesto a matar con la esperanza
que representa la actitud del niño que nos hace cuestionarnos si no todo está
perdido.
La carretera no es una novela que se
pueda leer con levedad. Es un relato oscuro, descarnado y pesimista. La prosa
de McCarthy se caracteriza por la sobriedad, por la sencillez de su
arquitectura, concisión, frases cortas y contundentes que nos van construyendo
imágenes como fogonazos en la mente de todo lo que rodea a los protagonistas. A
pesar de esto el vocabulario esta elegido de forma selecta y en un par de
ocasiones he tenido que hacer uso del diccionario, elemento al que no recurría
desde hace años mientras leía un libro. Está narrada en tercera persona y donde
los diálogos (que incluso carecen de guión) se limitan a pequeñas parcelas
donde los personajes no dan rienda suelta a su verborrea. Existe en ella una
total ausencia de elementos prescindibles de forma que no hay descripciones ni
ornamentos pero es efectiva, intensa y profunda. Su autor no calibra, no juzga,
sólo plantea de forma que proporciona al lector las herramientas básicas para
que él mismo reflexione.
En ella
no existe la división en capítulos sino que conforma un relato único que invita
a leer por el ansia de conocer qué futuro incierto les depara a los
desafortunados personajes, por saber qué peligro les acecha en el siguiente
tramo de la carretera, desvelar si soportarán el frio, encontrarán comida, si llegarán al sur (su objetivo) o serán
atrapados por un grupo de los “malos” como ellos los llaman. También nos
interesa si el autor nos contará que ha pasado en la tierra y como fueron sus
vidas antes de ello, dos aspectos que solo resuelve a través de unas leves pinceladas
en las que nos muestra el pasado. McCarthy crea momentos de tensión que combina
con otros más emotivos donde conocemos la naturaleza de los personajes y ese
vínculo de amor que les sostiene y les mantiene con vida.
Tras
tanto pesimismo y oscuridad el lector va presintiendo un desenlace fatídico que
si en cierto modo resulta descorazonador también deja abierta una puerta a la
esperanza.
Esta
novela no está concebida para curiosos o aquellos que quieran dejar atados cada
una de las situaciones que plantea la novela. Desde su comienzo la tierra ya se ha convertido
en un paraje inhóspito sin desvelar que es lo que ha provocado esta situación.
Si es cierto que ofrece al lector ciertos elementos para que elucubre, imagine,
intuya pero al final no llega a ser tan importante el origen del desastre como
sus consecuencias.
A pesar
de esa concisión y desnudez en cuanto a adjetivos y descripciones llama la
atención la excelente ambientación que encontramos en la novela y la facilidad
con la que se forman las imágenes en la mente del lector. La escenificación
resulta asfixiante y opresiva. Un tono plomizo que abarca hasta donde alcanza
la vista, la ceniza lo inunda todo, hogares abandonados, cadáveres carbonizados
o putrefactos, arboles abrasados, basura, los personajes sucios y mugrientos cubiertos
con capas y capas de mantas, las escasas pertenencias en un carrito de
supermercado a lo largo de una carretera que en algunos tramos se derrite. La
escasez de diálogos acucia el sentimiento de soledad que se cierne sobre los protagonistas,
aislados del resto del mundo, en constante alerta y desesperanzados.
Conclusión
La carretera es un libro que puede
gustar o no pero sin duda, no dejará indiferente a ninguno de sus lectores. Yo,
sin duda, os animo a conocer esta historia post-apocalíptica, dura, árida,
cruda que simboliza la verdadera naturaleza del ser humano.
Por
cierto, también existe una versión cinematográfica estrenada en 2009 que se corresponde con las imagenes que he seleccionado.